DESPUÉS DE LA TORMENTA…

Hola que tal, yo soy Stefanie Nieto y hoy es Lunes de seriedad aquí en Equipaje de una mujer y como siempre les doy la mas cordial bienvenida a quiénes se han unido a esta comunidad en la última semana. Todos los lunes el punto de encuentro es aquí o en Spotify.

Y sin mas mi doñas, comenzamos. Y el tema del día de hoy es “Después de la tormenta…la procesión se lleva por dentro…” .

La semana pasada conversamos sobre la culpa. Esa sentencia tan pesada que cae sobre nuestros hombros, cuando nos declaramos culpables ante algunas situaciones de la vida, porque está tácito que hay algunos infortunios fuera de nuestro control. Me declaro culpable, yo soy la única responsable, fue el título del podcast y ha sido un tema muy controversial y comentado, si no lo has escuchado aún te invito a que lo hagas.

Pero llegó el momento que tanto había evadido. Entré en crisis, en catarsis, se me notaba en cada centímetro de mi ser.

Debo confesarles que tuve una mezcla de sentimientos después de ver cuánto caló este tema, y digo mezcla porque me sentí bien al ver que tantas mujeres e inclusive hombres, al presenciar tanta conciencia por parte de muchos de ustedes. No es fácil aceptar que somos los culpables, no es fácil responsabilizarnos. Se requiere de mucha valentía y estabilidad, porque aceptar la culpa es el primer paso de una serie de consecuencias y eventos, y dentro de nuestra inconsciencia sabemos que al aceptar nuestra responsabilidad y cargar con nuestro equipaje, nos estaremos enfrentando a una maraña de situaciones. Pero de igual forma me sentí mal al ver cuán pesado puede llegar a ser nuestro equipaje causa de decisiones equivocas e irrevocables; cuán difícil es lidiar con las consecuencias; cuán difícil es lidiar con el remordimiento, con la culpa en sí, cuando caemos en cuenta de que las situaciones que estamos viviendo fueron provocadas y permitidas por nosotros mismos.

Había un punto en común en los comentarios de las tantas que me escribieron: “No comprendo cómo permití todo esto… y fue mi culpa por no alejarme” “No puedo creer que tuviese tan poca autoestima” “No entiendo qué me pasó”… y así un sin número de comentarios de arrepentimiento. Porque definitivamente es muy difícil mirar hacia atrás, ver todo el tiempo vivido y perdonar a esa versión adormecida de nosotras.

En muchas ocasiones hay un proceso de desconexión, yo me auto analizo y como siempre les digo les hablo desde mi propia experiencia y creo que esa Stefanie adormecida del pasado estaba utilizando su mecanismo de defensa, una protección para sobrevivir. Quizá como lo que menciona Freud en su teoría de la censura freudiana. Uno de los descubrimientos más importantes de Sigmund Freud es que las emociones enterradas en la superficie del subconsciente suben a la superficie consciente durante los sueños, y que recordar fragmentos de los sueños, pueden ayudar a destapar las emociones y los recuerdos enterrados. Él habla muchísimo de este tema e incluso utilizó sus propios sueños como ejemplos de su teoría, dentro de su obra más conocida, la interpretación de los sueños. Pero ¿A qué viene todo esto? Freud aseguraba que existía un limite o una censura cuando lo que soñábamos o lo que salía a flote en nuestros sueños, era percibido como una amenaza a nuestras emociones o estado psicológico. Él llamaba a esto, censura Freudiana.

Si bien, las situaciones que tenía que enfrentar no habían sido mi culpa ni mi responsabilidad, pero superarlas y sanarlas sí. Pero no estaba lista. Deseaba seguir huyendo, porque así había vivido durante más de cinco años.

Te levantas y recuerdas que tuviste un sueño pero no te acuerdas de los detalles… y por más que intentes a veces simplemente no lo recuerdas. ¿Te suena esto familiar? Sin embargo, a pesar de que no lo recordemos, en ocasiones nos queda esa sensación en el cuerpo y no entendemos de dónde proviene.

Yo recuerdo que aquella Stefanie adormecida se sentía mal, se deprimía de la nada y tenía swings emocionales sin aparente razón. Lo cierto es que aunque no lo recordemos siguen en nuestro subconsciente y algunas situaciones nos pueden gatillar lo que sentimos en determinado momento de nuestro pasado. Una ruptura amorosa, un despido laboral, pueden remover ese sentimiento profundo que deja una perdida no superada en el pasado. Es como inteligentemente unos días atrás mi hija me conversaba sobre cómo le había ido en el colegio, mientras manejábamos rumbo a casa. Es común que todos los días al buscarla, me cuente que una niña en específico llora por todo. “No es normal que esa niña llore todos los días mamá. Por todo llora”. Insistía molesta de la situación y con el siguiente comentario me quedé boquiabierta… “Yo creo que a ella otra cosa le afecta mucho y por eso es que llora” “Sus papás pelean mucho”. Me quedé pasmada del analisis tan coherente y profundo que mi hija había realizado a sus 9 años. ¡Y sí! Tiene muchísimo sentido. Cuando estamos heridos o tenemos una situación que nos afecta estamos vulnerables, y yo, la Stefanie adormecida del pasado, no me permitía ser vulnerable como aquella niña, que de una u otra forma, por más molesto que le resulte a mi hija, está sacando ese dolor y encontrando cada excusa para exteriorizarlo.

No pude evitar recordar cómo hace 11 años llegué a aquel café en Buenos Aires. ¡Sí! Algunas ya se saben esta historia porque vieron el video de cómo empezó equipaje de una mujer. Había llegado a la ciudad de la furia después de que al estar sólo cinco días en Panamá sentía que me moría, me asfixiaba. No podía con la responsabilidad, no podía cargar mi equipaje y enfrentarme a los monstruos. Si bien, las situaciones que tenía que enfrentar no habían sido mi culpa ni mi responsabilidad, pero superarlas y sanarlas sí. Pero no estaba lista. Deseaba seguir huyendo, porque así había vivido durante más de cinco años. Escapando, con dos maletas, con la excusa perfecta, que era mi trabajo. Como nómada, como gitana sin rumbo. Pero llegó el momento que tanto había evadido. Entré en crisis, en catarsis, se me notaba en cada centímetro de mi ser. Mi rostro estaba completamente lleno de acné; mi cabello estaba sin brillo, completamente opaco; todo absolutamente todo en mí gritaba auxilio. En el blog les voy a incluir fotos porque es increíble la diferencia entre esa Stefanie y la actual. Pero como dije la semana pasada, la perdono, no la culpo porque ella me convirtió en quien soy y estoy eternamente agradecida por su valentía.

Creo que cuando me bajé de aquel taxi a las 7 de la mañana y miré el edificio que sería mi hogar por los próximos meses fue que entendí que había actuado sin pensar. Al entrar a aquel restaurante en la esquina junto a Tacuarí 94 y la Hipólito Yrigoyen, saludos si hay alguna lectora de Buenos Aires, me recibió Marcelo. Yo estaba en shock. De camino del aeropuerto el taxista me preguntó ¿Qué venís a hacer a Buenos Aires? Estudiar le dije. Pero la pregunta retumbó en mi corazón. No Stefanie, viniste a escapar. Porque eso es lo que mejor sabes hacer, escapar. Pero seguí sonriéndole como si nada al amable taxista que me especificó que no era Porteño, él era de Córdoba. Lo logré engañar pero a Marcelo no.

Por alguna razón Marcelo me demostró que la procesión no se lleva por dentro, es visible, es palpable. Recuerdo perfectamente sus palabras. “Buenos días Morocha, bienvenida”. Me sirvió un café, me brindó la clave del wifi y me regaló un mapa. Pensaba que estaría unos días como turista. Marcelo era un hombre de unos 40 y tantos, morocho, como le dicen a las personas de piel morena en Argentina. Un poco regordete. También se aseguró que supiera que no era Porteño. Empezaba a entender que para los de Provincia era importante dejar esto claro. Me contó que tenía una hija de mi edad. -24 años, metí la pata jovencito – aclaró con una carcajada. Yo tenía mucho miedo. Estaba aturdida. Hacía sólo tres semanas había renunciado a mi trabajo y no de la mejor manera. Había tenido muchos roces y estaba muy enojada. Pero ya se había acabado la vida de Peter Pan, no más viajes gratis, no más vida de gitana. ¿Qué persona en su sano juicio hace eso? Hacía sólo cinco días había vuelto a mi país, para en teoría quedarme, y ahí estaba viendo como se enfriaba mi café ante mi despavorida mirada. Marcelo pareció ponerse feliz cuando le indiqué que me quedaría unos meses, me dio el número de teléfono del restaurante y me indicó que hacían delivery al edificio. Desde ese momento entendí que todo mi concepto de responsabilidad estaba errado. ¡Sí, era mi equipaje! Yo era y soy responsable, pero aceptar ayuda en momentos de vulnerabilidad no me hacía débil ni menos responsable. En ese instante necesitaba una palabra de aliento, alguien que me dijera “todo va a estar bien”. No quería preocupar a mi mamá, lo primero que me iba a decir era ¡regrésate!, en el fondo lo deseaba pero a la vez sabía que había tomado la mejor decisión. Entonces Marcelo se convirtió en una figura de seguridad para mí. Alguien que se preocupaba por mí como un padre, porque era evidente que no estaba bien.

Luego de instalarme en mi pequeño mono ambiente, que no poseía ventanas; estaba lúgubre como yo, me dispuse a comprar víveres. Estaba ahí, empezando de cero, ese sería mi hogar pero no tenía la más remota idea de lo que iba a hacer. Sólo sabía que tomaría unos cursos y de resto todo me parecía una gran locura. Salí, caminé hacia donde Marcelo me había indicado había un carrefur express. Al momento de pagar me ofrecieron llevarme luego los paquetes al apartamento. ¡No por supuesto que no, yo los llevo! No confiaba ni en mi sombra. Salí como pude con todos los paquetes, cortándome la circulación de los brazos pero tranquila de que nadie me robaría. Al llegar a mi casa, encendí la televisión y saqué las compras, pocos minutos después escuché en la televisión un comercial con el acento más Argentino que se puedan imaginar… “comprá en carrefur express y te llevamos completamente gratis tus compras a la casa”. Esbocé una sonrisa, ahí estaba yo, lejos de casa pero siendo exactamente la misma. Por las siguientes 3 semanas prácticamente no salí. Me permití sanar en silencio. Lloré, lloré y lloré. Marcelo llamaba al intercom en ocasiones “Morocha ¿Estás bien? ¿Querés algo? Mirá que tenés que comer eh”.

Parecía que estaba mal pero era la primera vez en toda mi vida que daba el gran paso para estar bien. Era ese momento exacto de silencio e incertidumbre después de la tormenta. Me permití ser vulnerable. Me permití enfrentar a solas esos monstruos que no estaban en ningún otro lugar más que dentro de mí. Y con cada lágrima entendí que la procesión no sólo se lleva por dentro; se lleva en tus ojos, en tu manera de vestir, en tu piel, en tu forma de hablar, en tu sonrisa, en tus decisiones, en el tono de tu voz, en los colores que eliges para vestirte, en las amistades que te rodean, en quiénes permites que te desnuden, en los lugares que frecuentas, en la música que escuchas, en todo. La procesión va contigo, a tu lado.

No todos pueden lidiar con personas rotas y eso no los convierte en malas personas.

Entonces estaba lejos de nuevo, pero aún no era feliz y la respuesta era evidente, no importaba a donde huyera el problema estaba adentro de mí y si no lo aceptaba jamás cambiaría nada. Era yo, y eso fue lo que más me dolió. Ese sentimiento de fracaso me invadió, me encapsuló por semanas en la soledad. Me sentía mala, que todo estaba mal dentro de mí. Esa realización fue difícil porque aceptar que somos responsables es una cosa, lo que viene después de eso, es una avalancha para la que muchos no estamos preparados. Por eso cuando muchas me escribieron diciéndome que no podían creer todo lo que habían permitido o aceptado me vi reflejada y te entiendo porque lo viví. Duele entender que no importa que tu entorno cambie, nada cambiará porque el problema está en ti.

No importa que te cambies de trabajo, no importa que te mudes de país, que te alejes de quiénes te lastimaron, que desees empezar de cero. No importa porque cuando no se ha sanado se empieza en números negativos, ni siquiera en cero. Nos seguimos topando con situaciones que resuenan con nuestro subconsciente y que nos remueven nuestros recuerdos aunque no nos demos cuenta. Vamos desconectados porque la conexión a veces duele, estar presentes duele. Entonces sin darnos cuenta para protegernos la censura en nuestra mente sucede, para seguir, para sobrevivir. ¡Sí! Duele aceptarlo pero toca seguir. Recuerda que inocente o culpable todos tenemos derecho a un abogado ante la ley, es igual en la vida, tienes derecho a pedir ayuda, a levantar la mano y sentirte vulnerable mientras dices no puedo más. Tienes derecho a un Marcelo que se preocupe por ti, que te anime cuando no puedes más. Así ese Marcelo sea un terapeuta y le pagues para que haga su trabajo, no importa es tu responsabilidad sanar. No todos pueden lidiar con personas rotas y eso no los convierte en malas personas. El primer paso es aceptar nuestra responsabilidad y si la semana pasada te identificaste con el tema y te sentiste culpable, felicidades, bienvenida al segundo paso, estás lista para pedir ayuda y sanar.

Es momento de accionar y de eso hablaremos la próxima semana.

Con Amor,

Stef Nieto
AKA La Coach

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